por Gabriela Arguedas-Ramírez[1]
Neoliberalismo, ansiedad e ideología de género
Las transformaciones culturales, políticas y económicas causadas por el modelo económico neoliberal han producido una serie de malestares sociales[2], tanto por la presión económica en que millones de seres humanos viven cada día – que además se vive bajo una abrumadora sensación de abandono e indiferencia – como por la angustia y la incertidumbre que producen estos acelerados cambios en el mundo entero.
En su libro Strangers in their own land, la socióloga Arlie Russell Hochschild (New Press, 2016) explora las razones y emociones por las que, en Estados Unidos, ese malestar se transformó en votos para Donald Trump, a pesar de que las políticas del Partido Republicano tienden a afectarles directamente a sus votantes. La promesa de la pertenencia y del retorno a un mundo del que sienten haber sido expulsados por los migrantes, por las mujeres, o por cualquier otra comunidad que encarne la idea de otredad enemiga, llegó a unos oídos ansiosos por sentir que alguien les estaba hablando, personal y directamente.
Ese es también el combustible que acelera el crecimiento de los fundamentalismos religiosos, que en lo absoluto no constituyen un fenómeno nuevo, como bien explica Karen Armstrong, a lo largo de su obra. La batalla entre mythos y logos persiste hasta nuestros días, y podríamos decir que está alcanzando, de nuevo, una intensidad peligrosa.
La percepción de que ciertos ideales de la Modernidad constituyen una amenaza para la supervivencia de muchas culturas, lo cual implica la supervivencia de muchas comunidades humanas, no es exagerada o injustificada, como la historia de los últimos cinco siglos nos demuestra[3]. Hoy además nos encontramos con comunidades construidas en torno a algunos credos religiosos, que se aferran a ciertas ideas, valores, costumbres y tradiciones que les ofrecen una sensación de certidumbre y acogida, en un mundo en el que el tejido social ha sido paulatinamente deshilachado en nombre del “progreso”, el “desarrollo”[4] y la “modernización”. Estas comunidades reconfortan a miles de personas que conforman el gran grupo de los perdedores del sistema, pero en ese proceso de acogida, terminan reforzando la construcción de identidades que se encuentran actualmente en crisis, como la nacionalidad, la blanquitud o la masculinidad.
¿Cuál es el lugar que tiene el rechazo transnacional contra lo que, desde el Vaticano, ha sido entendido como “ideología de género”, en esta coyuntura global?
El persistente sistema patriarcal es una fuente de emociones de la cual se nutren dos importantes fenómenos: el fanatismo religioso y el neofascismo. La misoginia nunca ha sido erradicada, en ninguna parte, a pesar de que existan leyes y políticas de igualdad de género, y tampoco han sido neutralizadas la homofobia ni el racismo. Sin embargo, la exacerbación de esos discursos y prácticas de odio no tiene que ver únicamente con la misoginia, la homofobia o el racismo, sino que están profundamente conectadas con el miedo y la incertidumbre económica.
En la narrativa de los grupos de ultraderecha y religiosos que se identifican con la lucha contra la “ideología de género”, los roles patriarcales de género no son una construcción histórico-social, sino una verdad que es al mismo tiempo divina y natural. Esos roles ofrecen una cierta certeza ontológica sobre el lugar que cada quien debe ocupar en el mundo y, además, proveen una clara y determinada misión en el mundo que le da sentido a la existencia. Ser un hombre o una mujer no es un mero dato biológico, sino una forma de estar en el mundo, que es parte de un proyecto trascendente.
De ahí el rechazo a las ideas feministas que confrontan la biología como destino social y moral. La noción de género como producto sociohistórico es incompatible con los valores y tradiciones patriarcales, los cuales son estructurales dentro de los movimientos fundamentalistas religiosos. Desde la perspectiva neoliberal, el rechazo a los postulados feministas y a la teoría de género tiene que ver con las formas naturalizadas de perpetuar y justificar la división sexual del trabajo y la explotación constante de los cuerpos de las mujeres, en particular de las mujeres empobrecidas y racializadas.[5]
Tradición católica, defensa de la familia y la amenaza de la “ideología de género”
En Costa Rica, durante la campaña electoral 2017-2018, el término “ideología de género” irrumpió en el debate político con una fuerza tan contundente que todos los partidos políticos que tenían alguna posibilidad de disputar la victoria, sucumbieron ante su potencia retórica. El único que no se adhirió al llamado ultraconservador en contra de la “nefasta ideología de género” fue el Partido Acción Ciudadana (PAC), el cual ganó las elecciones en la segunda ronda, con un 60.7% de los votos y una disminución del abstencionismo respecto a las elecciones anteriores (2014). Este partido firmó un acuerdo de unidad nacional para contar con los votos de otras fuerzas políticas, de manera que pudieran derrotar al partido neopentecostal Restauración Nacional (PRN).[6]
En la primera ronda, el partido que quedó en primer lugar fue el PRN, con un discurso abiertamente religioso, anti-feminista, homofóbico, xenofóbico y contrario al Sistema Interamericano de Derechos Humanos. El candidato presidencial del PRN, Fabricio Alvarado, incluso llegó a proponer, como parte de su proyecto de gobierno, que el Estado costarricense denunciara la Convención Americana de Derechos Humanos (conocida como Pacto de San José) y se retirara de la jurisdicción de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, para sí librarse de la obligación de acatar la opinión consultiva 24/17 publicada el 24 de noviembre del 2017.
Tristemente, este no fue el único candidato en ofrecer a los votantes un discurso incendiario, ultra-conservador y, creo que no exagero al calificarlo así, proto-fascista. Juan Diego Castro, del Partido Integración Nacional (PIN) estuvo liderando las encuestas durante algunos meses, haciendo gala de insultos, exageraciones y arengas de mano dura, en un estilo bastante similar al de Donald Trump. (De hecho, se le pusieron apodos como Trump-tico).
La emergencia de estos personajes políticos es de esperar en una sociedad altamente polarizada. Y la polarización social es un problema ya instalado en Costa Rica, que viene profundizándose desde hace más de una década. En este clima de tensión social, aumento de la desigualdad y expansión del fanatismo religioso, parecía que alguno de estos dos candidatos tenía altas probabilidades de ganar. El discurso en favor de la protección de la familia tradicional, de la nación y de los valores morales cristianos, se alió con los grupos económicos ultra-neoliberales; al tiempo que se trivializaba la importancia de los derechos humanos, del Estado de Derecho y de la democracia.
La promesa de estabilidad, seguridad y de castigo al sector público, que es percibido como corrupto y mediocre, inyectó bríos conservadores en las tendencias de intención de voto. Sin embargo, para un amplio sector de la población, que es también conservador y tradicional –pero católico- estos discursos ya estaban alcanzando un nivel desproporcionado y peligroso.
Si bien la defensa de la familia tradicional y el rechazo a los derechos de las personas LGBTQI son causas que convocan a la gran mayoría de costarricenses, hay matices en los que ese grupo se fracciona. El catolicismo sigue siendo fuerte en el país, que es un Estado confesional (católico). La tradición católica durante los años 40 fue clave en la conformación del Estado de Bienestar, que consolidó ciertos derechos económicos, sociales y culturales, como salud y educación, lo cual permitió que floreciera una sólida clase media.[7]
Y aunque la jerarquía católica ha sido un actor clave en la promoción del temor a la supuesta “ideología de género”, el pueblo católico no consideró que esa lucha debiera determinar el destino político-gubernamental del país. Es decir, la bandera de la lucha contra la “ideología de género” no fue suficiente para mantener en bloque a todos los votos conservadores.
La defensa del Estado de Derecho, de la institucionalidad, y la moderación como impronta de la identidad tica prevalecieron en el ejercicio del voto. Pero también operó el choque cultural entre catolicismo y neopentecostalismo. La sociedad costarricense sigue siento mayoritariamente católica, aunque las prácticas hayan cambiado en las últimas décadas. Es decir, puede existir un cierto grado de secularización, pero los simbolismos católicos siguen siendo poderosos. Uno de los aspectos más significativos del catolicismo tico es el culto a la Patrona de Costa Rica: la Virgen de los Ángeles, conocida como “La Negrita”.
“La Negrita” ocupa el lugar simbólico de madre de todo el pueblo costarricense, cuya protección ha acompañado al pueblo desde muchas décadas antes de la conformación de la República. La peregrinación anual, para celebrar el día de la Virgen, es un feriado nacional y constituye un evento de importancia nacional. Por esto considero que uno de los errores políticos que contribuyeron a que el PRN perdiera en la segunda ronda fue el reportaje del diario La Nación, sobre el pastor evangélico Rony Chaves, padre espiritual del candidato del PRN. En ese reportaje se describen algunas declaraciones incendiarias de Rony Chaves, en contra del culto a La Negrita, e incluso, se cita a Chaves afirmando que había ido a la Basílica de Nuestra Señora de los Ángeles a decirle a la Negrita que en Costa Rica no había espacio para ambos.
Entonces, aunque coincidieran en el rechazo al aborto, al matrimonio igualitario, a la educación sexual en escuelas y colegios, al derecho a la identidad de género (y todo lo que pueda entrar en la categoría “ideología de género”), una buena parte de los votantes conservadores católicos no pudo sentirse representada por el PRN, pues líderes de ese partido habían insultado el símbolo más sagrado de la fe católica popular: La Negrita.
Por ello considero que lo que experimentamos en las pasadas elecciones no fue una confrontación entre mythos y logos; no fue una lucha entre los ideales de la Modernidad y las añoranzas premodermas; sino un choque entre una fibra del mythos fundante de la identidad nacional y un mythos “invasor”. Si bien los cultos neopentecostales se han expandido en el país, sobre todo aquellos que profesan el evangelio de la prosperidad, aún persiste un vínculo emocional profundo con la tradición popular católica que, en términos generales, ha sido más moderada y democrática.
Amenaza latente
Sin embargo, el temor a la “ideología de género” sigue latente. Si bien no ocupa un lugar preponderante en el debate público en estos momentos, como sí sucedió hace un año, al iniciar la campaña electoral, sí sabemos que quienes lideran esta lucha ultraconservadora continúan organizando actividades en pequeña escala, para ir sumando adeptos, sobre todo, padres y madres de familia. Además, aunque el PRN no haya ganado la Presidencia de la República, es indiscutible que tuvo un éxito aplastante en las legislativas. Con 14 diputados, es la 2da fracción parlamentaria más numerosa.
Esto implica que su agenda de proyectos ultraconservadores puede avanzar fácilmente. Ya lograron uno de sus objetivos en el proceso de negociación de la reforma fiscal, al conseguir que se eliminara el impuesto al valor agregado a las organizaciones religiosas. Además, han sumado apoyo político en su lucha por recortar el presupuesto para las universidades estatales. Y pronto se analizará el proyecto de ley que presentó Fabricio Alvarado, siendo diputado, para eliminar el Instituto Nacional de las Mujeres y crear en su lugar el Instituto Nacional de la Familia. Resulta evidente que esta es una agenda de reacción frente a las conquistas feministas y la libertad de pensamiento; lo cual forma parte de la agenda transnacional contra la “ideología de género”.[8]
No obstante, sería caer en una generalización apresurada si se asume que todas las personas que votaron por los diputados del PRN estaban dando un voto exclusivamente motivado por la misoginia, la homofobia o la transfobia. Sí, se puede afirmar que estas emociones fueron un factor de peso en el juego electoral, pero hay más que eso. La gran mayoría de votantes que apoyaron la propuesta legislativa del PRN viven en las zonas más empobrecidas y abandonadas del país, donde iglesias evangélicas han llenado el vacío que ha dejado el paulatino debilitamiento del Estado de Bienestar. Al menos parte de esos votos constituyen una protesta contra el gobierno y los demás partidos políticos (incluyendo el partido de izquierda. Frente Amplio, que hace 4 años había obtenido un significativo apoyo en esas zonas), un mensaje de hartazgo por la corrupción estatal y un gesto de lealtad a las organizaciones que sí están brindando apoyo moral, emocional y material.
Si nos preocupa la avanzada fanático-religiosa y el creciente apoyo que reciben los líderes políticos cuyo discurso ofrece brutales mensajes de odio hacia las mujeres, las personas LGB, y también contra las comunidades académicas e intelectuales, debemos escuchar lo que tienen que decir las personas que viven en esos barrios donde sólo las iglesias evangélicas mantienen sus puertas abiertas.
[1] Gabriela Arguedas-Ramírez es profesora asociada de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Costa Rica (UCR) e investigadora del Centro de Investigación de Estudios de la Mujer (CIEM). Recientemente fue nombrada nueva Directora del programa de Maestría en Estudios de la Mujer, Género y Sexualidad en la UCR. Los intereses de investigación de Gabriela miran las intersecciones entre bioética, ciencias naturales y estudios feministas y de género. Desde 2013, ha estado investigando el problema de la violencia obstétrica, desarrollando el término “poder obstétrico”. Su publicación más reciente es un capítulo del libro Feminist food justice reflection on the politics of food, land, and agriculture in Central America.
[2] Ver Olivier, Burt. Capitalism and suffering. In: Psychology in Society. n.48 Durban 2015. Disponible aquí.
[3] Ver Hinkelammert, Franz J. Hacia uma crítica de la razón mítica. San José: Arlekín, 2007. Disponible aquí.
[4] Ver Mena Cabezas, Ignacio R., Flores Mejía, Lázaro H., Un movimiento étnico-religioso en el área de Copán (Honduras): la Iglesia Milenarista del Siglo Nuevo. AIBR. Revista de Antropología Iberoamericana 2007, 2 (anero-abril). Disponible aquí.
[5] Ver Federici, Silvia. (2012). Revolution at point zero: Housework, reproduction, and feminist struggle. Oakland, CA: PM Press.
[6] Es crucial llevar a esta discusión el relato histórico de cómo las misiones evangélicas (y sus ramificaciones) llegaron a Centroamérica y establecieron sus centros operativos y alianzas con los partidos políticos de derecha y la oligarquía local durante la Guerra Fría. La política exterior de los Estados Unidos se enfocó en organizaciones sociales y de base relacionadas con la teología de la liberación, que se consideró una distorsión izquierdista del catolicismo. Uno de los instrumentos políticos y culturales utilizados para detener su expansión fue el evangelismo.
[7] Ver Miller, Eugene D (1996). A holy alliance? : the church and the left in Costa Rica, 1932-1948. M.E. Sharpe, Armonk, N.Y
[8] Korolczuk, Elzbieta. 2014. ‘“The War on Gender” from a Transnational Perspective – Lessons for Feminist Strategizing’ in Anti-Gender Movements on the Rise? Strategizing for Gender Equality in Central and Eastern Europe. Berlin: Heinrich Böll Stiftung. Disponible aquí.
Images: Marcha por la Vida en San José de Costa Rica, organizada por la Federación Alianza Evangélica Costarricense, y realizada en julio de 2017, foto de CONAPFAM; David Bolaños Acuña, Universidad de Costa Rica; Romería por La Negrita, del periódico La Nación.
*Este artículo fue originalmente publicado en inglés en el blog Religion and Global Society de la London School of Economics. Léalo aquí.