por Alejandra Sardá- Akahatá-Equipo de Trabajo en Sexualidades y Géneros
Esta es una crónica tardía por varias razones. La obvia es que pasaron más de 10 días del 17 de mayo, el día de mundial de lucha contra la transfobia (y otras mal llamadas ‘fobias’ que nada tienen de patología personal y todo lo tienen de construcción social que ayuda a preservar privilegios). Y la otra es que yo que narro esta crónica soy una activista que recién está volviendo a encontrarse con el activismo de su país, después de haber pasado muchos años (y los mejores años de mi tierra, además, lejos).
En uno de esos salones imponentes de maderas lustradas y caireles a los que se llega por laberintos de mármol, la legisladora de la ciudad Andrea Conde (FPV-Nuevo Encuentro, mi partido, confieso de entrada para que se me comprenda toda parcialidad) organizó la mesa «Obstáculos en el acceso a derechos de las personas trans y travestis», que fue una excelente oportunidad para escuchar cómo están viviendo las travestis y mujeres trans de Buenos Aires (pese al título, no había hombres trans en la mesa) la restauración neoliberal en Argentina, después de doce años de gobiernos kirchneristas en los que nuestro país se colocó – merecidamente – a la vanguardia mundial con una Ley de Identidad de Género 100%
despatologizante/da e índices significativos de ingreso de las personas trans en ámbitos como la educación y el trabajo. La mesa era bastante diversa y a poco de comenzar fue posible percibir, aun para una ´tardía-recién llegada´ como yo que las tensiones entre las panelistas y entre algunas de ellas y la audiencia eran importantes. Nada de qué asustarse: los movimientos que están vivos son así.
Las diferencias, según esta espectadora, estuvieron centradas en dos puntos: prostitución vs trabajo sexual (un clásico del feminismo) y a quién se le deben (sobre todo) las conquistas de estos últimos años. Las coincidencias, aun para las más críticas oradoras, giraron en torno al enorme retroceso que significa para sus derechos el gobierno actual del país.
Comencemos por las coincidencias. Marcela Romero (ATTTA y Federación LGBT) afirmó que están en “estado de alerta trans” por las detenciones y maltratos policiales con que una vez más las están persiguiendo, particularmente a las que hacen trabajo sexual y que muchas veces concluyen en causas fabricadas por lo general por supuesta tenencia de drogas. También denunció la falta de insumos para los tratamientos hormonales que cubre la Ley de Identidad de Género y que el Ministerio de Salud – desfinanciado y desprovisto de personal por los despidos “modernizadores” del gobierno actual – no está proveyendo. Daniela Ruiz, de la Cooperativa Arte Trans, expuso la difícil situación de su cooperativa y de muchas otras ya que el Banco Central les canceló la posibilidad de operar con cuentas especiales y los contratos con el estado mientras las somete a revisión, supuestamente para discriminar entre cooperativas «genuinas» y las otras. Mientras tanto, las mujeres de la cooperativa vuelven al trabajo callejero para poder sobrevivir.
El clásico feminista trabajo sexual vs prostitución se jugó de una manera diferente de lo habitual en este contexto y, a juicio de la narradora, es mucho lo que las feministas cis y que nunca ejercieron el trabajo sexual tienen para aprender de las travestis y las mujeres trans. Antes que nada: el respeto. Estuvieron completamente ausentes las acusaciones de proxenetismo, los insultos gritados y la violencia física que he visto tantas veces en espacios feministas. Tuve un momento de «volver al futuro» cuando escuché a Sabrina, de La Cámpora Diversa (a quien espero vivir lo suficiente para votar como diputada, senadora y por qué no algo más que eso), decir lo mismo que dijera Lohana Berkins, diez años atrás, cuando organizamos juntas el Diálogo Prostitución-Trabajo Sexual: Las protagonistas hablan: «La Policía Federal, la Bonaerense, no nos van a preguntar si somos abolicionistas o reglamentaristas: nos llevan igual. Este no es momento para fragmentarnos».
Diana Aravena (Putos Peronistas) resumió muy bien la sabiduría trava en esta temática: «Si con eso pagás el guiso, la pieza y además ayudás a tu familia, está bien. Nosotras no discutimos si trabajo sexual o prostitución. Lo que queremos es: para todas, todo». Desde el público se escucharon voces que dijeron «A mí no me deshonra ser trabajadora sexual» o «Soy trabajadora sexual, no estoy arrepentida» – y las compañeras abolicionistas no las insultaron. Perdonen la insistencia, pero no es a lo que estoy acostumbrada (en Argentina y en la mayor parte del mundo).
En cuanto a las conquistas de estos últimos años, el abanico fue desde posturas como la de Marcela Romero o Yahaira Falcón, que trabaja en la Defensoría de la Ciudad («El Estado todavía no nos dio nada: la ley la ganó la comunidad trans») hasta la de Marcela Tobaldi, de La Cámpora Diversa que trabaja en la Defensoría General de la Nación: «Desde 2003 a esta parte fui resucitando todos los días, me sentí parte de un proyecto colectivo. Ahora, con el modelo neoliberal, la persona sale del escenario». Desde el público, Paula (otra a la que me gustaría votar) mostró su DNI: «Mi documento es la decisión de un estado que escuchó a quienes nunca habían sido escuchadas. Es la voluntad política de una Presidenta que incluyó a quienes nunca habían sido incluidas. Y por eso personas como yo nos dedicamos a la política».
Pero menos difíciles porque si hay algo en lo que todxs lxs que miramos el festín neoliberal y vengativo con dolor e indignación coincidimos es que de este laberinto brutal solo podremos salir de la mano, hechxs piña, juntxs. Y sin embargo nos cuesta. Lo que nos divide a muchos movimientos sociales es todavía es más fuerte que lo que nos une. Sin embargo ellas, las travestis y las mujeres trans – así como también los hombres trans – ya nos mostraron sobreviviendo primero y en el proceso hacia la Ley de Identidad de Género después, que ellxs sí saben distinguir entre lo importante y lo accesorio.
Sabrina, otra vez, explicó: “Nos encontramos en sociedades que tratan de formar egoístas”. Ellas, por suerte, en esto están muy “mal formadas”.
El título de esta crónica son palabras de Victoria, que trabaja en el Banco Nación, y a quien como ella dice, el conocimiento le ha dado libertad. Las perspectivas para las travestis y mujeres trans son tan difíciles como para la mayoría de la población cis de este pueblo aparentemente mal acostumbrado por el populismo a ejercer derechos. Y son también más y a la vez menos
difíciles. Más difíciles por lo que debería resultar obvio: porque ellas son herederas de una historia de exclusión y esa herencia letal la tienen en los cuerpos como bien lo supieron Diana Sacayán o Lohana Berkins, muy recordadas en este evento, dos muertas a destiempo como cientos de otras.