Hay muchas razones que explican por qué elegimos Belkis Ayón para celebrar los 25 días de activismo por derechos de las mujeres negras de América Latina y del Caribe. La primera es que su nombre y su arte no son muy conocidos en Brasil. Pero también porque Belkis es una estrella candente, que partió muy temprano, dejando detrás de sí un rastro de encantamiento.
Sin embargo, hay más. En esos tiempos de re-cristianización extensiva de las culturas latinas y caribeñas, el arte de Belkis recupera las cosmologías africanas politeístas: una tradición de las sociedades secretas Ekpe y Ngbe del sur de Nigeria y de Camerún, que fueran llevadas a Cuba por la esclavitud y ahí fueran preservadas de forma singular por la sociedad secreta de ayuda mutua Abakuá, o Ecorie Enyene Abakuá. Pero Belkis hace su arte y el rescate de esas culturas de manera transgresora, rompiendo reglas. Revira el pelo de un culto secreto masculino para reconstruir la trayectoria de Sikán, icono femenino cuya la libertad es censurada y cerceada en el mito Abakuá. Como subraya Orlando Hernández en un bello texto sobre la artista:
Belkis Ayón devuelve al tiempo histórico la realidad de un mito. Un mito que aún permanece vivo, actuante. Que se resiste a ser un exponente de museo, o un atractivo exótico para el turista. Un mito que aún forma parte de una tradición compartida, grupal. Y lo raro es que Belkis lo ha hecho sin el auxilio de la parafernalia religiosa. Sin grupo. Sin ceremonia. Sin ritual. O inventando sus propias ceremonias, sus rituales. Mediante el simple recurso de imprimir papeles. Con el débil pretexto del arte. Así, sin sospechar (¿inocentemente?), su acción pone en funcionamiento la incomprensible y poderosa maquinaria mítica de la Sociedad Secreta Abakuá. Y entonces sucede lo imprevisto –pero acaso también lo inevitable: Uyo vuelve a sonar. Y uno a uno van sucediendo los episodios del misterio. Uno a uno vuelven a actuar los legendarios personajes. Pero esta vez sin atenerse a los rigores de una empecinada liturgia. Moviéndose de nuevo libremente. Como el pez Tanze en el Oddán. Cuando nadie era dueño del secreto. Cuando el secreto era de todos. De hombres. De mujeres. O mejor aún, cuando ni siquiera existía propiamente el secreto. Y no era necesario construir el ekue. Ni era tampoco necesario el sacrificio de la Sikán. Porque todavía no existía su culpa, su traición.
Para saber más sobre la artista