por David Paternotte*
El 13 de febrero de 2019, el Parlamento Europeo adoptó una resolución “sobre el backlash[1] en el ámbito de los derechos de la mujer y la igualdad de género en la Unión Europea”. A raíz de un informe realizado por el comité FEMM (Comisión de Derechos por las Mujeres e Igualdad de Género) sobre las situaciones en Austria, Hungría, Italia, Polonia, Romania y Eslovaquia, el texto define backlash como “la resistencia al cambio social progresivo, la regresión de derechos obtenidos o el mantenimiento de un status quo no igualitario”. Del mismo modo, en 2017, el medio online openDemocracy comenzó una serie de investigaciones sobre los ataques a los derechos de las mujeres y de las personas LGBT alrededor del mundo, los cuales fueron reunidos bajo el título “Rastreando el Backlash”.
En ambos casos el término “backlash” ofrece un marco para examinar la ofensiva más reciente en Europa y en otros países. Se ha vuelto una de las narrativas más comunes para entender qué es lo que está en juego en los escenarios más diversos. A pesar de su éxito y del obvio atractivo de esta perspectiva, deseo alertar a lxs académicxs, observadores y practicantes de sus riesgos y limitaciones. Si bien la actual ofensiva es indudablemente una respuesta a los logros de los años 1990 y 2000, ella no puede ser reducida a esta dimensión reactiva, dado que es también intrínsecamente productiva, como argumenta Fernando Serrano en el caso de Colombia.
Limitaciones conceptuales
La narrativa del backlash usualmente relaciona ataques conservadores con progresos progresivos y se apoya en la idea de que “el imperio siempre contra-ataca”. Como señala Susan Faludi en su libro de 1991, “un backlash contra los derechos de las mujeres (…) es un fenómeno recurrente: retorna cada vez que las mujeres avanzan ligeramente hacia la igualdad, un aparentemente inevitable congelamiento de los breves florecimientos del feminismo” (p. 68). Considerado como intrínsecamente reaccionario, el backlash estaría impulsado por una sensación de venganza y una disposición para ya sea mantener el status quo o para retroceder en el tiempo.
A lo largo de los años, diversxs autorxs han utilizado el libro seminal de Faludi (1991) como punto de partida para ofrecer un entendimiento más complejo del backlash. Por ejemplo, en un artículo de 2008, Jane Mansbridge y Shauna L. Shames basan su definición en las diferencias de poder entre distintos actores: para ellas, backlash es la reacción de actores poderosos para proteger o recuperar poder. Más recientemente, Jennifer M. Piscopo y Denise M. Walsh han elaborado un artículo a partir de un simposio sobre “el backlash y el futuro del feminismo”, en el cual afirmaban que “como fuera que esté concebido, el backlash representa una amenaza existencial a los derechos y al bienestar de las mujeres, lxs defensorxs de derechos humanos y de lxs oprimidxs” (p. 276). Si bien esta definición puede resultar una sorpresa dada la diversidad de perspectivas y posiciones incluidas en la edición especial, ilustra varios límites teóricos sobre la narrativa del backlash. Tres de ellos serán discutidos en los siguientes párrafos.
En primer lugar, la noción de backlash se basa en un entendimiento más bien mecánico de la historia, acorde al cual ciertos actores -de modo casi automático- lanzarían una contraofensiva. Este fenómeno se repetiría a través de la historia, sucediendo cada vez que las mujeres o minorías sexuales intenten mejorar su situación en la sociedad. No obstante, lxs historiadorxs han demostrado hace ya largo rato que la historia no debería ser leída como una repetición del pasado y que sacar conclusiones basadas en la repetición de mecanismos causales en el caos que es la historia debería ser evitado. Asimismo, esta definición implica un entendimiento simplista y homogéneo del feminismo y del activismo LGBT, el cual necesariamente pondría en riesgo los privilegios y se encontraría con oposición. Sin embargo, investigaciones recientes sobre la cooptación del feminismo y su adaptación al neoliberalismo, o sobre la homonormatividad y el homonacionalismo, han puesto en evidencia las distintas formas en las que el poder puede alojar las luchas por la igualdad sexual y de género.
En segundo lugar, la narrativa del backlash retoma la noción de progreso, la cual ha sido criticada desde hace tiempo por su entendimiento lineal y teleológico de la historia. Esta perspectiva generalmente entiende a las políticas sexuales como una larga marcha hacia un futuro brillante, y lo imagina como necesariamente más progresista. Los opositores vendrían entonces desde la oscuridad del pasado, y el backlash sería entendido como una resistencia al cambio. Borra la complejidad de las políticas, y supone que la historia tiene una dirección. Tal versión remite a las “políticas de la inevitabilidad” de Timothy Snyder, donde las sociedades contemporáneas se encontraban en un inevitable camino hacia una mayor democracia. Esta narrativa no carece de consecuencias. Como ha argumentado Snyder, ha dejado a lxs demócratas sin las herramientas suficientes para notar y reaccionar al actual levantamiento del autoritarismo.
En tercer lugar, la narrativa del backlash tiende a agrupar a actores extremadamente diferentes. Es por esta razón que puede llevar a categorizaciones apresuradas y binarias, las cuales no nos permiten ver la diversidad y las tensiones en un complejo sistema de fuerzas y actores. Varios de ellos –como los católicos y los evangélicos, o las comunidades católicas y las rusas ortodoxas- no son conocidos por sus buenas relaciones; de hecho, han sido fuerzas opuestas a lo largo de la historia. Similarmente, la derecha es una compleja constelación de actores, dentro de los cuales no todos apoyan las políticas antigénero, mientras que algunxs individuxs generalmente clasificados como de izquierda las han apoyado abiertamente. Por consiguiente, lo que debemos entender es cómo estos complejos conjuntos se sostienen y cuál es el “pegamento” que los mantiene unidos. Más aún, estos binarismos suelen basarse en perspectivas normativas que tienden a agrupar actores en dos grupos: nosotrxs vs ellxs, o aquellxs que nos agradan vs aquellxs que nos desagradan. Tales lecturas pasan por alto las tensiones y rivalidades que se dan en cada bando. También tienden, ante las críticas realizadas por académicxs interseccionales, a reforzar la ficticia unidad del feminismo o del activismo LGBT. Es sabido, por ejemplo, que asuntos como la prostitución, la subrogación de vientres o los derechos trans generan divisiones muy profundas entre comunidades progresistas de género y sexualidad. No hay razón alguna para suponer que las fuerzas conservadoras carezcan de estas divisiones, puesto que pueden surgir a partir de la competencia entre los compromisos religiosos o normativos, rivalidades ante el liderazgo y establecimiento de agendas, competencias por el financiamiento o divergencias sobre objetivos y estrategias. Finalmente, evitar una división binaria de actores e ideas nos permite construir de un modo más creativo alianzas que puedan ayudar a superar el estancamiento actual.
Debilidades empíricas
La narrativa del backlash no es sólo teóricamente problemática, sino que va en contra de descubrimientos empíricos. Investigaciones comparativas han demostrado que las campañas antigénero -las cuales comparten afirmaciones, argumentos, modos de operar y estrategias que trascienden las fronteras- son llevadas a la acción por asuntos extremadamente diferentes. Concretamente, cinco grupos de objetos de ataque han sido identificados en Europa: derechos sexuales y reproductivos, derechos LGBTQI, derechos de la infancia (incluida la educación sexual), “género” (violencia, estudios, su masividad, etc), y protección contra la discriminación y discursos de incitación al odio. Es, por lo tanto, peligroso deducir cualquier tipo de relación causal entre reclamos, reformas y formas de oposición, como ilustran los casos de Bulgaria y Romania. En ambos países las movilizaciones antigénero han sido relativamente tardías, dado que no alcanzaron su apogeo hasta el 2018. Sin embargo, si bien ambas campañas se dieron en simultáneo y se vieron parecidas, atacaban distintas situaciones: la Convención de Estambul sobre la violencia contra las mujeres en Bulgaria y la definición constitucional del matrimonio en Romania. Esta observación sugiere que la reacción estaba preparada mucho antes que cualquier toma de acción, con complejas interacciones entre factores locales y elementos de difusión internacional.
Esta observación debería invitarnos a reconsiderar la idea de que acciones progresistas precederían a reacciones conservadoras, una idea que suele subyacer a la noción de backlash. De hecho, en varios países, las campañas antigénero son lanzadas como una profilaxis para prevenir el futuro desarrollo de demandas y reformas específicas. Estas campañas pueden también usar el poder simbólico del género y la sexualidad para alcanzar otras metas como la victoria electoral o la consolidación del Estado, como sucedió en Polonia con las zonas libres de LGBT o en Colombia durante el referéndum por la paz. Tales descubrimientos no son nuevos, se basan en los resultados de una vasta literatura. Por ejemplo, en su trabajo sobre la homofobia política, Michael Bosia y Meredith Weiss han enfatizado cómo el fomento de la homofobia por parte del Estado puede funcionar como una estrategia para consolidar su política. Ashley Currier y Joelle M. Cruz también han utilizado la noción de “las políticas de la prevención” para subrayar cómo los actores que fomentan la homofobia en África se movilizan para evitar el futuro desarrollo de otro movimiento social. En resumen, la “ideología de género” debería ser considerada como una ideología frankensteiniana. Como el monstruo de Frankenstein, no surgió de la ignorancia y se ha emancipado enormemente de su creador para cobrar vida propia.
Tensiones políticas
Finalmente, la narrativa del backlash es políticamente problemática por, como mínimo, tres razones. En primer lugar, usar la noción del backlash para entender las campañas antigénero aísla excesivamente al género y la sexualidad del resto de la sociedad, con un impacto crucial en las contra-estrategias. En efecto, varixs autorxs han argumentado que las campañas antigénero rara vez pueden ser disociadas de preocupaciones raciales y culturales sobre la reproducción de la nación, la pureza de la entidad nacional y el futuro de la “civilización europea”. Similarmente, los ataques a los estudios de género no pertenecen únicamente a las campañas antigénero, sino que también forman parte de ataques más amplios a la libertad académica y producción de conocimientos (vea también aquí).
En segundo lugar, un enfoque estrecho sobre el género y la sexualidad puede prevenir a los distintos actores progresistas la construcción, hace ya tiempo necesaria, de solidaridades y coaliciones que atraviesen los distintos temas, tanto dentro como fuera del sector del género y la sexualidad. Algunxs feministas han sugerido sustituir el término “género” por “mujeres” en un intento para anular la oposición antigénero. Tal idea demuestra que estos actores no han entendido qué está en juego y revela fuertes prejuicios en contra de grupos específicos, tales como la gente trans. Este debate sobre los derechos trans ha sido efectivamente seleccionado cuidadosamente por los opositores para crear divisiones entre las comunidades progresistas y debería ser leído principalmente como el episodio local de las campañas antigénero, como ha sucedido en otros lugares con la subrogación de vientres. La narrativa del backlash puede también truncar coaliciones interseccionales más amplias. Por ejemplo, las investigaciones indican que las personas involucradas en las campañas antigénero y lxs negacionistas del cambio climático suelen compartir las fuentes de financiamiento, un descubrimiento que debiera dar lugar a coaliciones más amplias entre los sectores progresistas. En tercer lugar, si es llevada al extremo, la narrativa del backlash puede llevar a una auto censura. Si consideramos que las reacciones conservadoras surgen a partir de acciones progresistas, una de las estrategias más razonables podría implicar el abandono de algunos de los reclamos más controversiales, esto sería censurarnos a nosotrxs, con la esperanza de que esto disminuiría la probabilidad del backlash.
En conclusión, la narrativa del backlash lleva excesivamente a académicxs, observadorxs y practicantes al estudio de qué se encuentra bajo ataque y no les permite ver que los asaltos a los derechos de las mujeres o los derechos LGBTI forman parte de un proyecto más amplio, el cual busca establecer un nuevo orden político, menos liberal y menos democrático. Este proyecto no es principalmente un intento para devolver a las mujeres a la cocina o a gays y lesbianas al closet, sino que ha transformado tanto el género como la sexualidad en campos de batalla cruciales y poderosos símbolos de lo que se propone lograr. Es por esta razón que las campañas antigénero deberían ser leídas urgentemente a través de los actuales procesos de desdemocratización y nuestra perspectiva no debería estar obnubilada por un enfoque estrecho sobre el alcance de la destrucción. Investigaciones contemporáneas sobre la libertad académica demuestran que la extrema derecha y actores populistas no apuntan únicamente al desmantelamiento de las actuales instituciones de producción de conocimientos sino también al avance de un nuevo criterio de qué es lo que hace válido al conocimiento, y, finalmente, qué califica como verdad. Del mismo modo, backlash en el campo de los derechos de las mujeres y derechos LGBTI no debiera ser entendido como el objetivo o fundamento de los ataques actuales, sino como una de sus consecuencias más espectaculares.
*David Paternotte es Profesor Asociado de Sociología en la Université libre de Bruxelles. Sus campos de especialización son el género, la sexualidad y los movimientos sociales. Tras años de investigación sobre el feminismo y el activismo LGBTI, estudia las campañas antigénero en Europa y el mundo. Es el co-editor, junto con Roman Kuhar (Universidad de Ljubljana), del libro Campañas Antigénero en Europa: Movilizaciones contra la Igualdad (Rowman & Littlefield 2017). Sobre este tema también ha co-editado los suplementos especiales El Proyecto Feminista bajo Amenaza en Europa, Politics & Governance 6(3) (2018) con Mieke Verloo (Universidad Radboud), Habemus Género! La Iglesia Católica y la “Ideología de Género”, Religion & Gender, 6 (2016) con Sarah Bracke (Universidad de Amsterdam) y Habemus Género: Deconstrucción de una Respuesta Religiosa, Sextant, 31 (2015) con Sophie van der Dussen y Valérie Piette (Université libre de Bruxelles).
[1] N. de la T.: Si bien en la versión en español de la resolución se utiliza la traducción “involución” º el concepto de “backlash” se mantendrá en inglés.
[i] Agradezco a Alex Cosials, Sonia Corrêa, Neil Datta, Koen Slootmaeckers y Mieke Verloo por sus comentarios en los borradores iniciales.