José Manuel Morán Faúndes
Las cosas no resultaron como se esperaba. Francisco, un líder con un carisma que contrasta fuertemente con la figura de su antecesor Benedicto XVI, con un discurso que a ratos parece desviarse de esa obsesión con la sexualidad que promovió Juan Pablo II, no logró conectar con la ciudadanía chilena del mismo modo que lo hizo en sus anteriores visitas por la región. El papa fue duramente criticado incluso por la misma feligresía, en especial debido a su falta de empatía con las víctimas de abusos sexuales cometidos por sacerdotes. Para muchos sectores, la visita papal a Chile fue la peor que Francisco ha enfrentado desde que asumió el liderazgo de la Iglesia Católica.
¿Qué pasó en Chile? ¿Por qué el papa no convocó a la feligresía del mismo modo que lo hizo en sus anteriores viajes por Latinoamérica? Chile comparte una historia común con el resto de la región, que hace que se solapen múltiples tendencias y procesos. Sin embargo, en Chile también confluyen ciertas particularidades que lo distancian de otros contextos regionales, y que pueden haber determinado el fracaso de la visita papal. Sin ánimo de exhaustividad, al menos dos factores pueden mencionarse al respecto. Primero, el impacto que vienen teniendo sobre la identificación religiosa de la población los escándalos por abusos sexuales cometidos por el clero, cuyas características presentan particularidades respecto del resto de América Latina. En segundo lugar, la desconexión de Francisco con el mundo popular y los movimientos sociales chilenos, algo que parece inédito en la región.
Abusos sexuales, desconfianza y desafiliación religiosa
Cuando el 15 de enero de 2018 Francisco aterrizó en Santiago de Chile, llegó a un país muy distinto al que conoció Juan Pablo II en 1987. No sólo el actual contexto democrático contrasta dramáticamente con la dictadura que regía el país en ese entonces. El Chile de los años ochenta, fuertemente católico, difiere del desencanto religioso que se viene desarrollando hace años. De hecho, Chile hoy pertenece al pequeño grupo de países latinoamericanos que, junto a Uruguay, han visto descender el número de católicos/as, no a costa del aumento de evangélicos/as, sino especialmente al incremento de los/as no afiliados/as a ninguna religión.[1] [2] Entre 1995 y 2017, los/as chilenos/as que se reconocen como católicos/as cayeron de un 74% a un dramático 45%, mientras que aquellos/as que no pertenecen a ninguna religión aumentaron de 7% a 35% en el mismo período de tiempo.[3] Esto marca una importante diferencia con la mayoría de los países de la región, donde el cristianismo, ya sea en su versión católica o evangélica, mantienen una fuerte presencia.
Si bien el fenómeno de la desafiliación religiosa responde a múltiples causas, uno de los factores que parece haber intensificado este proceso en los últimos años es el creciente cuestionamiento del que ha sido objeto la Iglesia Católica chilena por los casos de abusos sexuales que han salido a la luz pública. Un importante punto de inflexión en el escenario local fue la denuncia mediática que hicieron en 2010 feligreses de una iglesia de Santiago contra el sacerdote Fernando Karadima por reiterados abusos sexuales contra menores de edad.[4] Este suceso sirvió de puntapié para el destape de una serie de casos de abusos sexuales dentro de la jerarquía eclesial a lo largo del país, llegando a contabilizarse actualmente un total de 78 denuncias contra sacerdotes.[5] La imagen de la Iglesia Católica en Chile no quedó incólume. Estudios recientes muestran una merma en la confianza de la ciudadanía hacia esta institución en los últimos años, con un dramático descenso entre el 2010, año en que se hicieron públicas las primeras denuncias que cobraron revuelo mediático, y el 2011. En ese período, en el lapso de un solo año, la confianza bajó de 61% a un escueto 38%, siendo Chile hoy el país que menos confía en la Iglesia Católica dentro de toda América Latina. Al mismo tiempo, los cuestionamientos a la iglesia parecen haber implicado una fuga de feligreses/as, ya que entre 2010 y 2017 quienes no se identifican con ninguna religión aumentaron de un 18% a un 35%.[6]
Francisco sabía la sensibilidad que generaban los casos de abusos sexuales en Chile. Durante su visita, en un discurso pronunciado desde la propia casa de gobierno, al lado de la presidenta Bachelet, no dudó en pedir perdón por estos casos. Sin embargo, a ojos de la ciudadanía, sus disculpas quedaron desdibujadas por sus acciones concretas. No sólo se rehusó a reunirse con víctimas de abusos. A su vez, estuvo acompañado durante todos sus actos públicos por el obispo de la ciudad de Osorno, Juan Barros, acusado por los mismos denunciantes de Karadima de haber estado presente durante los abusos y ser un encubridor.[7] El punto cúlmine ocurrió minutos antes de subirse al avión en que el papa abandonaría Chile para iniciar su visita a Perú, cuando un grupo de periodistas le preguntó a Francisco por la presencia de Barros en sus actos. “El día que me traigan una prueba contra el obispo Barros, ahí voy a hablar. No una sola prueba en contra. Todo es calumnia. ¿Está claro?”, dijo el papa.
En un contexto de fuerte desencanto no sólo con la jerarquía de la iglesia, sino con la propia identidad católica, las palabras del papa tuvieron un intenso impacto. A diferencia del resto de la región, en Chile los abusos sexuales claramente vienen detonando una fuga de católicos/as que no quieren pertenecer a un colectivo cuestionado públicamente. La expectativa general con el máximo líder de la iglesia era que este condenase los abusos con firmeza y escuchase a las víctimas, en un intento por frenar esa fuga. Pero, muy por el contrario, sus dichos probablemente solo sirvieron para reafirmar el desencanto con el catolicismo.
Francisco, el mundo popular y los movimientos sociales
Si bien el tema de los abusos sexuales fueron el centro de atención de la visita de Francisco, existe un segundo factor que puede servir para explicar por qué el papa no generó el entusiasmo que logró en sus anteriores visitas por la región, vinculado a su falta de conexión con el mundo popular movilizado. Francisco ha logrado acercarse a varios movimientos sociales latinoamericanos gracias al giro discursivo realizado respecto de sus antecesores, lo que en anteriores visitas por la región cautivó a gran parte de la ciudadanía. Juan Pablo II y Benedicto XVI concentraron sus esfuerzos en reforzar una agenda sexual conservadora y en combatir las interpretaciones progresistas del texto bíblico, en especial las de inspiración marxista, materializadas en la teología de la liberación. Francisco, por el contrario, y aunque sin necesariamente modificar el contenido conservador de la iglesia, plantea un juego ambivalente en donde esporádicamente se permite desplazar la agenda sexual a un segundo plano, incluso matizándola en ocasiones, a fin de priorizar un discurso centrado en una renovada crítica al capitalismo (en tanto “cultura del descarte”, como él dice), y un discurso focalizado en la pobreza.
Independientemente de las discusiones que esto ha generado respecto de si la política de Francisco representa un cambio estructural en la Iglesia Católica o si es sólo un giro discursivo que busca cooptar nuevos aliados sin modificar el contenido conservador de la política vaticana, es innegable que el renovado discurso papal concita la atención de varios sectores populares movilizados. Sin ir más lejos, importantes organizaciones latinoamericanas participaron en 2014 del Encuentro Mundial de Movimientos Populares convocado en Roma por el papa, como fue el Movimiento Sin Tierra de Brasil, el Movimiento Nacional Campesino Indígena de Argentina y el Comité de Unidad Campesina de Guatemala. Asimismo, la prioridad discursiva que ha dado la Francisco a los/as pobres por sobre la obsesión con el conservadurismo sexual de sus antecesores ha sido interpretada incluso por algunos/as entusiastas como una reivindicación de la teología de la liberación.[8] Francisco ha sabido capitalizar este acercamiento en sus giras por Latinoamérica, incluyendo en su agenda encuentros con movimientos populares, campesinos, indígenas, entre otros.
Los guiños de Francisco hacia el mundo popular, sin embargo, no parecen haber tenido el mismo impacto en Chile. El fervor que Francisco ha generado en otras latitudes no se replicó en el caso de los movimientos sociales chilenos. Las causas de esto pueden ser múltiples. Aunque es un campo analítico aún inexplorado, algunas hipótesis podrían aventurarse. Por ejemplo, a diferencia de la conexión y continuidad que persiste entre algunos movimientos populares de otras latitudes latinoamericanas con los movimientos de liberación cristianos de la segunda mitad del siglo XX, gran parte de las demandas sociales que han copado la agenda política chilena en los últimos años han sido motorizadas por movimientos relativamente jóvenes que emergieron tras décadas de despolitización y desmovilización. Muchos de ellos carecen de una memoria histórica anclada en un pasado compartido con comunidades eclesiales de base, de un pensamiento en diálogo con la teología de la liberación o de proyectos progresistas basados en la fe. Así, lo que algunos movimientos populares latinoamericanos leen en las palabras de Francisco como un guiño hacia interpretaciones religiosas que inspiraron sus orígenes y motivaciones, puede no generar la misma conexión con varios de los movimientos más importantes en el escenario chileno actual.
A lo anterior puede sumarse, también a modo de hipótesis, el protagonismo adquirido por las demandas vinculadas a género y sexualidad en los últimos tiempos en Chile, en especial durante el segundo gobierno de Bachelet (2014-2018), y el rol antagónico que ha tenido el activismo religioso conservador, y en especial la jerarquía católica, frente a estas. La despenalización del aborto, el reconocimiento legal de la identidad de género autopercibida, las uniones civiles y el matrimonio igualitario, son parte importante de la agenda legislativa reciente. Los movimientos feminista y LGBTI no han dudado en denunciar la intromisión reaccionaria de la Iglesia Católica en los debates parlamentarios. Para Francisco, es difícil erigirse como voz de los movimientos sociales cuando se es líder de una institución que en Chile ha estado en las antípodas de la agenda reciente de movilización, focalizada con fuerza en dislocar los enclaves conservadores que han dominado la política sexual del país.
Es cierto que la política sexual de Francisco no ha tenido la misma dureza que la sostenida por sus antecesores. Ha hablado de perdonar a las mujeres que abortan, así como de no juzgar a las personas gay y lesbianas. Sin embargo, también él mismo se ha dedicado a aclarar la interpretación que debe hacerse de sus dichos, reenmarcándolos en el magisterio de la Iglesia producido por Juan Pablo II y Benedicto XVI. Incluso, ha alentado y llenado de contenido a la noción de “ideología de género”, tan en boga dentro del reciente accionar del activismo conservador, en tanto mecanismo discursivo de deslegitimación de las políticas feministas y LGBTI. En este contexto, el juego de ambivalencias del papa continúa alineándose con la oposición a los derechos sexuales y reproductivos que caracterizó a la política vaticana de las últimas décadas.
Francisco post-Chile
Desde su entronización en 2013, el ir y venir entre posturas conservadoras y discursos más progresistas y críticos fue la clave de la política de Francisco. El éxito de su estilo radica en la apertura de interpretaciones que permite su discurso. En sus dichos, es posible encontrar desde guiños hacia la teología de la liberación, hasta la defensa de la política sexual conservadora de sus antecesores. Francisco es un dispositivo de interpretaciones múltiples que permite a un amplio abanico de sectores, muchos incluso antagónicos entre sí, encontrar luz en sus palabras. Sin embargo, fue esa ambivalencia la que le jugó en contra en Chile. En un momento de crisis institucional de la Iglesia Católica chilena, la ciudadanía esperaba definiciones firmes de condena a los abusos sexuales de los jerarcas. Lejos de ello, el papa jugó su tradicional juego de señales difusas que terminó por condenarlo.
La visita papal a Chile parece haber signado los límites del “fenómeno Francisco”. La paradoja es evidente: en un momento histórico en que el líder de la Iglesia Católica viene construyendo una agenda que intenta quitar protagonismo a la política sexual de sus antecesores, son las propias prácticas sexuales de los jerarcas eclesiales las que le impiden a Francisco desmarcarse del tema. Pero, a diferencia de Juan Pablo II y Benedicto XVI que insistieron en su rol inquisidor respecto de la sexualidad de las mujeres y comunidades LGBTI, ahora Francisco debe sentarse en el banco de los acusados y responder por la sexualidad dentro de su propia institución.
Sabemos que la respuesta de Francisco hacia Chile no se hizo esperar. Pocos días después de su visita, consciente del efecto de sus últimas palabras antes de abordar el último avión, intentó aclarar y matizar (aunque de manera ambigua) sus dichos en defensa de Barros.[9] Al tiempo, tuvo que doblar la apuesta, designando a representante del Vaticano para investigar las denuncias contra el obispo.[10] Francisco entendió que en los casos de abusos sexuales se juega su liderazgo. Lo ocurrido en Chile, más que representar el agotamiento de un modelo, marca los límites de un fenómeno. Francisco muy probablemente continuará recurriendo al estilo discursivo que le ha dado un sello propio y lo ha distanciado de sus antecesores. Sin embargo, posiblemente tome nota de que aún a pesar de ese renovado aire que intenta darle a la iglesia, la legitimidad del catolicismo se sigue jugando en gran parte en torno a la política sexual.
[1] Ver http://www.latinobarometro.org y Research Center (2014) Religion in Latin America: Widespread Change in a Historically Catholic Region. http://www.pewforum.org/fi les/2014/11/Religion-in-Latin-America-11-12-PM-full-PDF.pdf
[2] En menor medida, República Dominicana podría incluirse en este grupo, aunque en este país, además de experimentarse un aumento de los sectores sin identificación religiosa, también se observa un relativo aumento de los sectores evangélicos en los últimos años.
[3] Ver: http://www.latinobarometro.org. Otros estudios presentan datos menos dramáticos. La encuesta Bicentenario UC señala, por ejemplo, que la cantidad de católicos/as ronda el 59% de la población, y la cantidad de no afiliados/as el 19%. Ver https://encuestabicentenario.uc.cl/
[4] Ver http://ciperchile.cl/especiales/karadima/
[5] Ver http://www.bishop-accountability.org/
[6] Ver http://www.latinobarometro.org
[7] Ver http://ciperchile.cl/2018/01/19/las-pruebas-del-encubrimiento-del-obispo-juan-barros-que-el-papa-califico-de-calumnias/
[8] En 2013, a meses de la entronización de Francisco, Evo Morales dijo que apoyaría a la Iglesia Católica si decidiese relanzar la teología de la liberación. Asimismo, el brasileño Leonardo Boff, uno de los principales exponentes de la teología de la liberación, ha señalado en diversas ocasiones su admiración por el papa y su creencia de que este promueve una política de la liberación dentro de la iglesia.
[9] Ver: http://www.emol.com/noticias/Nacional/2018/01/22/892162/Francisco-Debo-pedir-disculpas-porque-la-palabra-prueba-ha-herido-a-muchos-abusados.html
[10] Ver: http://www.latercera.com/nacional/noticia/papa-interviene-envia-obispo-indagar-denuncias-barros/52348/