
por Verónica Gago y Luci Cavallero (El Diario Ar)
No es fácil, y es deslumbrante, en este momento caótico a nivel global encontrar a alguien con la habilidad de hacer mapas que conecten dimensiones históricas, intelectuales y estratégicas de lo que hoy discutimos como ultraderechas. Eso sucede al escuchar a la investigadora brasileña Sonia Corrêa, quien además lo hace con pasión política y curiosidad intelectual. Corrêa co-dirige desde 2002 el Observatorio de Sexualidad y Política (SPW), un foro abierto de investigadorxs y activistas dedicado a análisis transnacionales de políticas de la sexualidad. Desde los años 70 es activista feminista em temas de género, sexualidad y derechos humanos. Coincidimos con ella en Quito (Ecuador), en un Foro Feminista sobre Guerra y Neoliberalismo en nuestra región, organizado por colegas de la FLACSO. Su voz fue –y sigue siendo– clave para entender lo que sucedió con Jair Bolsonaro, lo cual teniendo en cuenta los resultados de las elecciones municipales en Brasil, no parece un fenómeno destinado a acabarse. Su interés por lo que significa el gobierno “anarcolibertario” de Milei en Argentina la lleva a enlazar a nuestros dos países en contrapuntos. Pero, más aún, lleva el análisis hacia atrás, construyendo genealogías, para indagar los procesos políticos e intelectuales que explican las convergencias en la ultraderecha que Corrêa propone pensar bajo la figura de la “hidra”, en tanto un ecosistema complejo y mutante en que se mueven fuerzas religiosas, seculares, empresariales, intelectuales y políticas. Bajo las categorías de “marxismo cultural”, “lo políticamente correcto” e “ideología de género” se ensambla un “arsenal”, señala Corrêa, que permite las “guerras políticas” del presente. Agreguemos que lo que las ultraderechas llaman “marxismo cultural” no deja de lado la materialidad y, sobre todo, la dimensión económica de las luchas feministas, antirracistas y ecológicas en nuestra región. Más bien pone de relieve la dimensión estratégica de atacar estas luchas en tanto confrontan al mismo tiempo los elementos disciplinantes sin los cuales no puede prosperar el capitalismo de riqueza ultraconcentrada.
Para hacer un mapa de las ultraderechas actuales, ¿qué elementos necesitamos?
En primer lugar, dejar de lado el sesgo de nacionalismo metodológico, porque analizar la ultraderecha requiere de una mirada al modo de los estudios globales, o sea reconocer y examinar su dimensión transnacional. Un segundo aspecto a subrayar es que los estudios de ciencia, sociología o antropología política están muy centrados en actores, instituciones, intereses y sus relaciones. Claro que es necesario hacer ese listado y entender los niveles jerárquicos de conexión, así como las formas de financiamiento, pero esa mirada no alcanza. Necesitamos pensar en términos de una ecología política, para comprender mejor cómo las ultraderechas están encarnadas en fuerzas y actores seculares, religiosos, económicos y seculares mezclados en un ecosistema complejo y cambiante. Por eso la mirada de investigación debe estar enfocada en identificar los contornos, la composición mutante y la dinámica vertiginosa de ese ambiente complejo, cuáles son sus polos principales, quién sale, quién entra a cada momento. Ese ecosistema varía de país a país sin duda, pero hay siempre elementos comunes, como por ejemplo fuerzas religiosas ortodoxas, figuras e instituciones ultraneoliberales, una mezcolanza compleja de grupos profesionales, pero en algunos contextos como Argentina, Brasil y Uruguay, sectores militares. Finalmente, una nota de cautela, esa moldura está dibujada para examinar dinámicas en curso en las Américas y en Europa y no puede ser extendida a otros contextos regionales, por ejemplo el régimen instalado por Modi en India.
Está bastante presente el eje del financiamiento como clave de la investigación…
Advierto que hay una cierta mitología sobre que habría que invertir más en investigar las fuentes de financiamiento de la ultraderecha. Y, en ese registro hay una percepción distorsionada de que esa plata viene de EEUU. Sin duda hay mucha plata en los circuitos transnacionales de la ultraderecha. Pero es muy simplista pensarlo exclusivamente como, una vez más, un efecto del imperialismo norteamericano. Un excelente estudio sobre la financiación de políticas antigénero y anti-aborto en Europa, hecho por en Foro Parlamentario para los Derechos Sexuales y Reproductivos muestra que si hay recursos que vienen de EEUU, pero hay mucha plata rusa y, sobretodo, invertida por las elites económicas europeas. En Brasil, desde los años 1980 hubo, sin duda, financiamiento norteamericano para acciones antiaborto y desde los años 2000 hay financiación para creación de institutos y formaciones políticas neoliberales. Muy posiblemente, Elon Musk esté financiando grupos de ultraderecha en el país. Pero yo pienso que el grueso del apoyo financiero a la ultraderecha viene del empresariado nacional. Sobre todo del agronegocio, pero no solo. Las investigaciones sobre el 8 de enero (el asalto a los edificios del Congreso, del Supremo Tribunal Federal y al Palacio Presidencial) han identificado empresarios de otros sectores y muy recientemente la Revista Piauí y el portal feminista Azmina han probado que Jorge Gerdau, el dueño de la mayor siderúrgica del país, financia Brasil Paralelo que es la plataforma digital más importante de la ultra derecha. Además, hay que contabilizar la plata que circula por canales religiosos, en especial las iglesias evangélicas, pero también en el ámbito católico, sea tanto la misma estructura de la Iglesia o sean redes ultracatólicas como Opus Dei. También es importante, en los tiempos de hoy, que influencers de ultraderecha generen dinero con la monetización de sus perfiles en redes sociales. Hablar de plata no es sólo buscar quién financia la ultraderecha, sino que implica analizar esos flujos como parte de la economía política en sí misma.
Vayamos a la cuestión histórica. Vos hablás de un “giro gramsciano” de la ultraderecha que explicaría la importancia de la “batalla cultural” como parte de su estrategia, ¿nos podés explicar a qué te referís más concretamente?
El término “guerra cultural” no fue inventado por la ultraderecha y es crucial aclarar eso. El término lo lanzó James Davidson Hunter, un profesor de sociología de la Universidad de Virginia en un libro de 1991 que analizaba lo que estaba pasando en Estados Unidos. Desde ahí, esa terminología se convirtió en una especie de lengua franca, usada por liberales, por la izquierda y por la ultraderecha. Es ahora como un código explicativo sencillo que elucidaría todo, lo que no es así. Por eso es importante revisitar el curso largo que ha generado las dichas “guerras culturales”.
Entonces la pregunta sería: ¿cuándo esa revolución conservadora gana cuerpo temporal?
Exacto. Los años 90 han sido sin duda un punto crucial. Pero sus antecedentes son muchos lejanos y complejos. No es tarea sencilla reconstruir de manera completa esa genealogía porque ella se dio de forma dispersa, en regiones distintas y en ritmos variables. Intentemos. En Europa, la trayectoria inicial de reorganización y reconfiguración de la ultraderecha fue fundamentalmente una iniciativa de intelectuales seculares franceses. La figura más conocida es Alain de Benoit, creador del GRECE (Groupement de Recherche et d’Études pour la Civilisation Européenne), que se ha reunido después de Mayo del 68, para reconstruir una agenda conservadora y hacer frente a lo que veían como una desestabilización política e institucional de esa “civilización”. Hay que decir que esa corriente no tenía conexiones con el campo religioso y era abiertamente crítica del imperialismo cultural y consumista norteamericano.
En Estados Unidos y América Latina, un componente importante de esa reconfiguración han sido actores ultracatólicos y sectores político-religiosos que desde antes estaban articulados para contrarrestar el resultado del Concilio Vaticano II, o sea la legitimación de la injusticia social como una cuestión doctrinal del catolicismo. Esos sectores se oponían a lo que veían como una posición materialista inaceptable, pues contaminada por una perspectiva marxista. Al principio eso fue una reacción política interna al Vaticano. Pero bastante rápidamente a esas corrientes católicas se agregarían otras fuerzas y sectores más amplios del ultra conservadorismo que, en Estados Unidos, empezarona reorganizarse para combatir lo que definían como liberalismo y secularismo excesivos también vistos como amenazas a la tradición norteamericana y de manera más amplia a la civilización occidental.
Volvamos a Gramsci. ¿Cuál es su papel en esta lectura desde la derecha?
En verdad para hablar de ese giro hay que considerar a Gramsci y la crítica cultural del capitalismo desarrollada por la Escuela de Frankfurt porque cada una de esas fuentes tuvo significados distintos en los dos lados del Atlántico Norte. Los esfuerzos hechos por los europeos se han centrado en relecturas de autores conservadores del pasado como René Guénon, Julio Evola y, eventualmente Herbert Spencer que escribieran sobre la decadencia del occidente y la materialidad excesiva del capitalismo. Pero también han revistado el llamado conservadurismo alemán de los años 50 que retomó y revisitó la teoría política de Carl Schmitt, el jurista del nazi-fascismo. Ese hilo, hay que decir, abre una convergencia con lo que pasaba del otro lado del Atlántico pues ahí el campo ultraconservador estaba leyendo Leo Strauss, el traductor y divulgador de Schmitt en EEUU .
Pero, en GRECE se han leído también a varios autores de izquierda como Che Guevara y Franz Fanon y sobre todo de has hecho una relectura conservadora de Gramsci buscando caminos para superar la centralidad de la violencia política del fascismo histórico, que se había mantenido viva en el ideario y praxis de la ultraderecha europea de posguerra. En Gramsci han encontrado la clave para proponer una pauta de transformación extensa y profunda de la cultura y de la política, la cual van a llamar de metapolítica. O sea, hacer una pelea por la imaginación, por los espíritus impulsando una concepción del mundo basada en valores de la tradición, tarea que –como enseñó Gramsci– no se resume a una crítica de la economía, ni tampoco a la política- institucional, pero se hace sin promover la violencia, y se hace en todas partes. A eso llamamos hoy el Giro Gramsciano de la ultraderecha. Hace algunos años eso sonaba muy insólito pero recientemente los intelectuales y líderes del ultraderechismo están hablando abiertamente de ese “descubrimiento” o “inspiración”.
¿Se reivindican explícitamente de ultraderecha?
La perspectiva desarrollada pero el GRECE tuvo un resultado insólito cuando se considera que vino de una relectura de Gramsci, pues una de sus ambiciones ideológicas era superar la dicotomía izquierda-derecha. Eso viene de que su punto de partida principal para criticar la desestabilización de los 1960 era revelar e contestar lo que consideran como zonas de sombra de la modernidad. En ese marco, argumentan que las nociones de derecha e izquierda vienen de la Revolución Francesa y deben ser superadas. Esa visión, hay que decir, ha tenido consecuencias políticas en el mundo real. Cuando Marine Le Pen pasó a liderar el Front National ella adoptó esa visión y hoy el Rassemblement National hace el juego de estar más allá del fractura izquierda- derecha. Muy significativamente, es lo que está diciendo también Bukele: no hay derecha ni izquierda, solo pasado y futuro. En Brasil en ese momento, voceras de los colectivos feministas transexcluyentes reaccionan a la crítica de que tienen conexiones con la ultraderecha afirmando que “no somos ni de derecha ni de izquierda, pero a favor de los derechos de las mujeres y de la niñez”. Borrar la distinción entre derecha e izquierda es, por lo tanto, uno de los legados de la reconfiguración de la ultraderecha iniciada en los años 1960 al cual debemos estar atent«s.
¿Cómo es ese mapa de lecturas por fuera de Europa?
Los norteamericanos han hecho un ejercicio intelectual semejante pero no han vuelto exactamente a Gramsci, sino a la Escuela de Frankfurt por la simple razón que esos autores marxistas estaban exiliados en Estados Unidos desde antes de la Segunda Guerra y eran fuentes cruciales de inspiración del pensamiento crítico en la sociedad norteamericana. La crítica de la cultura, como crítica del capitalismo y del orden burgués, desarrollada por los Frankfurtianos, al igual que los escritos de Gramsci, toma distancia del economicismo marxista. Con base en su relectura de esos textos, los norteamericanos van a desarrollar dos categorías acusatorias muy eficaces: el “políticamente correcto” y “marxismo cultural” que empezaron a ganar cuerpo en los años 1980. Hay que decir que esa germinación se dio un caldo de cultivo en que se mezclaban filósofos y estrategistas ultra católicos, cientistas políticos, expertos del campo de estudios estratégicos, políticos profesionales del Partido Republicano, intelectuales asociados al neoliberalismo del grupo de Mont Pelerin, o al libertarianismo de Ayn Rand pero también al conspiracionismo. Entre ellos, muchos han transitado bastante libremente entre izquierda y derecha, como es el caso del conspiracionista Lyndon LaRouche y de Rothbard que, como se sabe, es una de las lecturas predilectas de Milei. De todos modos, es muy significativo que el libro más conocido obre “marxismo cultural fue organizado por William Lind, un experto de estudios estratégicos quien al final de los 1980 había publicado un artículo sobre la “guerra de cuarta generación” que se convirtió en lectura obligatoria de la ultraderecha norteamericana y sus asociados en otras regiones, incluso en América Latina. Lo que sigue es el derrumbe del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría, implosionando la Unión Soviética; o sea, cae el enemigo principal de las derechas norteamericanas y abre espacio para la guerra por otros medios, o sea movilizaciones metapolíticas.
O sea preparan el terreno para continuar la guerra por otros medios…
En los 90, se verifican nuevas dinámicas y confluencias que iban nutrir el giro metapolítico. Empieza en EEUU la propagación más sistemática de las categorías acusatorias “marxismo cultural” y “políticamente correcto”, descritos por Lind como la doble fase del mismo problema. Un arsenal semántico creado para atacar los feminismos, la lucha antirracista y por derechos LGBTTI, a favor de los migrantes y contra la destrucción ambiental en un plan cultural y cotidiano. Mientras tanto, en el Vaticano –bajo la dirección ultraconservadora de Juan Pablo II y Ratzinger– se venía gestando un otra categoría espanta-pájaro, la “ideología de género”, que, hay que decir, desde un primer momento estuvo asociada a neomarxismo, que es una paleo versión del “marxismo cultural”. No menos importante, ese fue también el momento inaugural de la internet con su nueva lógica de digitalización de la política que, como sabemos, sería muy bien aprovechada por la metapolítica de la ultraderecha. En esa confluencia fue montado el aparato discursivo y operacional que gradualmente fomentaría ciclones antigénero y giros a la ultra derecha de nuestro tiempos. Ese aparato estaba listo para ser accionado con vigor cuando, la crisis financiera de 2008, en Europa y EEUU, creo un ambiente social favorable a la adhesión social a visiones propagadas por esas fuerzas. Esa análisis sobre los efectos de 2008 no pueden ser automáticamente aplicados a América Latina, pero sin dudas la ramificaciones de esa re-energización política nos han afectado.
¿Qué función cumple hoy la categoría “marxismo cultural”, 30 años después del fin de la Guerra Fría?
Desde siempre ha cumplido la función de fustigar y, si posible, erradicar luchas emancipatorias. Según la narrativa que se produjo a partir de la relectura ultra conservadora de la Escuela de Frankfurt, en los años 1980 las izquierdas habían abdicado de la pelea económica e se habían dedicado a las luchas culturales por hegemonía política. O sea una “guerra de cuarta generación” promovida por los feminismos, los movimientos LGTBIQ+, las luchas antirracistas, las luchas ambientales y de apoyo a los derechos de de lxs migrantes. Pasados treinta años, “marxismo cultural” fue repaginado, su nueva versión es el “woke” (o wokismo). La palabra woke fue creada en los 30, por intelectuales y activistas antirracistas norteamericanos para denotar la toma de conciencia de la desigualdad y discriminación racial. Pero, desde los años 2000 se ha hecho popular y gano mucho vigor con los episodios de violencia policial que deflagraron los protestos Black Lives Matter. Ese esa coyuntura el término fue capturado y desfigurada por la ultraderecha como nueva categoría paraguas donde están todas las “cosas malas” que ya estaban bajo “marxismo cultural” y más algunas como: teoría crítica de raza, interseccionalidad y teoría decolonial. Ese giro, hay que decir, pone luces fuertes sobre el racismo visceral de la ultraderecha norteamericana y es muy significativo que esa palabra sea hoy usada mucho más allá de las fronteras de EUA como puede ser ilustrado por Milei. Treinta años han transcurrido desde la invención del “Marxismo Cultural” y su repaginación como “wokismo”. Pero Milei ha ido mucho más rápido. En enero, en el Foro de Davos, atacó el “marxismo cultural» pero en septiembre, en Naciones Unidas, su blanco ya fue el “woke”. Resumió treinta años en seis meses, porque se nota que está muy acelerado (risas).
En Estados Unidos parece inventarse un patrón más claramente político de organización de estas fuerzas: ¿Cómo funcionó eso?
En Estados Unidos, a diferencia de Europa, la reorganización de la ultraderecha estuvo sobre todo marcada por la oposición feroz al comunismo y a la Unión Soviética. Eso implica que ahí el tema del “marxismo” fue desde siempre mucho más cargado. Esas fuerzas también estaban enojadas con Mayo 68 pero como expresión interna de contestación de la supremacía norteamericana. Las primeras movidas fuertes ganaron cuerpos después de la derrota en Vietnam a la que siguió la renuncia de Nixon. En tal contexto figuras del partido republicano han dibujado una estrategia religiosa de movilización social contra el liberalismo y secularismo “excesivo” de la sociedad para rescatar la legitimidad del partido. El Moral Majority Movement fue liderado por Jerry Falwell, un pastor evangélico, pero que agregaba ultra católicos, protestantes de otras denominaciones y fuerzas seculares mezcladas. En muchos aspectos, el Moral Majority Movement debe ser leído como un modelo de la morfología de la hidra que yo uso para describir las formaciones políticas antigénero de los tiempos de ahora. No menos importante, un primer blanco de esa reconfiguración del ultra conservadurismo y de la ultraderecha fue la decisión Roe vs Wade de 1973 que reconoció la constitucionalidad del derecho al aborto en EEUU. Además, siguen vivas y activas personajes e instituciones creadas en aquel momento. El hijo de Falwell es asesor de campañas y actuó en el primer gobierno Trump. Y plataformas creadas en el ambiente de los años 70, como Conservative Political Action Conference (CPAC) y la Heritage Foundation, siguen siendo nodos cruciales de articulación transnacional de la ultraderecha. Entre febrero y agosto de 2024, ha habido cuatro CPACs, en Washington, en Budapest, en Balneario Camboriú, en Brasil y en la Cuidad de Mexico.
Volviendo a los 1970, también es importante subrayar que, en Estados Unidos, a pesar de la dominancia religiosa protestante y evangélica, el rol de las fuerzas ultra católicas fue crucial en la reorganización de la derecha. Un ejemplo es Paul Weyrich, un intelectual ultracatólico que en rechazo a la reforma del Concilio Vaticano II se convirtió a la iglesia griega católica ortodoxa. Fue unos de los fundadores de Heritage Foundation pero también del International Policy Forum, un aparato que reunía actores del campo religioso y defensores de la economía de mercado y de la hegemonía norteamericana, el cual ha sido muy importante la transnacionalización de esa agenda “renovada” de la ultraderecha en particular para las conexiones con América Latina. Weyrich tuvo una colaboración estrecha con Plinio Correia de Oliveira, el fundador de la red brasileña, Tradición, Familia y Propiedad, transnacionalizada desde los años 1960, pero también con William Lind.
Hoy ese papel político intelectual de la ultraderecha parece haber crecido…
Como he dicho a partir de mediados de los 90, la digitalización de la vida de la política –o sea, el tema de las plataformas digitales– posibilitó a la ultraderecha transformada por el giro Gramsciano una nueva infraestructura con amplia posibilidad de multiplicación de sus articulaciones. Como una pequeña ilustración, en 1994 Olavo de Carvalho, el dicho gurú del Bolsarismo, publicó en Brasil un libro sobre Marxismo Cultural, cuyo contenido circularía ampliamente en la red social Orkut después de 2004. Eso implica en reconocer que no es exactamente casual la presencia de figuras de ultraderecha en el Silicon Valley como es el caso de Peter Thiel un devoto discípulo de Leo Strauss (o sea de Carl Schmitt) o Elon Musk que, en sus primordios, fue socio de Thiel. Pasando a los años 2000, en EEUU, viene la era Bush que, curiosamente, ha sido un tanto olvidada después de la avalancha trumpista de 2016. Así como Reagan, Bush fue elegido con amplio apoyo de la ultraderecha renovada por el giro Gramsciano. Pero en su caso, ese apoyo fue aún más orgánico siendo él un cristiano renacido, con vínculos directos con los círculos bíblicos de Texas. Seis meses después de su posesión fue declarada la llamada Guerra contra el Terror que, como es de amplio consenso, nutrió la desdemocratización que ya venía siendo impulsada por las ultraderechas y eso tendría amplias y profundas repercusiones internacionales. Además,hay que considerar que las políticas domésticas y internacionales del gobierno Bush en el campo de género, sexualidad y aborto han sido tremendamente regresivas, siendo un ejemplo la reinstalación de la llamada regla de la mordaza. Tuvieron fuertes impactos sobre Naciones Unidas y han financiado millares de proyectos antiaborto y promoción de abstinencia en el sur global. Ese ambiente coincide con la llamada ola rosa latinoamericana. En la región se registra una mayor presencia del conservadurismo religioso evangélico norteamericano o, al menos, de su influencia vía redes globales que suenan como seculares como es el caso de la Alliance Defending Freedom. Hay también una proliferación inédita de institutos y otras iniciativas de promoción del neoliberalismo sobre todo bajo influencia de la Fundación Atlas – que fue presidida por el argentino Alejandro Chaufen hoy director del Acton Institute. Desde su creación en 1981, Atlas tiene fuertes conexiones con la trama más amplia de reconfiguración de la ultraderecha americana, en especial la Heritage Foundation. No menos importante, en la mitad de los años 2000 que la Iglesia Católica, bajo el comando de Benedicto 16, declaró su campaña regional contra “la ideología de género” que ha movilizado con vigor no sólo la jerarquía como también las llamadas redes laicas como las metas vinculadas a la antigua TFP y, más especialmente, Opus Dei que en la región cuenta con enorme influencia político institucional y con un vasta infraestructura académica.
¿Cuál es el papel de Agustín Laje como intelectual “orgánico” de esta trama?
Desde donde lo miro, Laje encarna muchos de los sinuosos caminos de la reconfiguración de la ultraderecha. Su formación intelectual original se dio en esa camada más antigua que es el ultra-catolicismo. Después hace su formación de posgrado en el campo de estudios estratégicos en Estados Unidos e imagino que allí absorbió otras perspectivas en especial las construcciones ideológicas del neoliberalismo pura sangre, a las cuales ha adherido con vigor. Digo eso porque que esa adhesión no es palpable en otros autores latinos del campo ultracatólico que han escrito sobre “género” como Alejandro Ordóñez o Jorge Scala. Pero no está excluido que esa influencia intelectual haya venido del mismo campo ultracatólico. Acá hay que volver una vez más en el tiempo. Las fuerzas católicas ortodoxas del comienzo del siglo 20, en Europa pero también en América Latina, tenían conexiones orgánicas con el fascismo que se oponía ferozmente al liberalismo político, pero también a los efectos de la economía capitalista sobre el orden cultural e institucional tradicional, especialmente la familia y el lugar de las mujeres. Pero esa visión iba a cambiar con el tiempo. Cómo observa Gabriela Arguedas, desde los años 1950, Opus Dei ha desarrollado una concepción de economía capitalista católica neo-integrista y lo mismo pasó con TFP que, no casualmente tiene “Propiedad” en su nombre.
Una obsesión particular tiene con el “fantasma del género”…
Agustín Laje y Nicolas Marques en El libro negro de la nueva izquierda, hacen como que una síntesis popular de esas muchas vertientes. El libro proyecta la idea que el “género” es la nueva cara del viejo “enemigo comunista”, lo que es distinto de afirmar, como habían hecho antes Dale O´Leary y Shooyans, que “el feminismo del género” es tributario del marxismo. También difiere de la moldura clásica del “marxismo cultural” que, como vimos, acusa varios movimientos como agentes de “la guerra de cuarta generación”. O sea, el “enemigo feminista” es mucho más central en la fantasmagoría proyectada por El Libro Negro de la Nueva Izquierda. Eso muy posiblemente está relacionado con el ambiente de Argentina, o sea con el vigor de sus feminismos a partir de los años 2010. Pero es también significativo que Laje y Marques ataquen visceralmente la Laclau y Mouffe y, sobre todo, que anclen su posición contra la “teoría feminista del género” ya no en los parámetros de doctrina católica pero en la argumentación anti-feminista seminal de Ludwig Von Mises según la cual: “ Si…el movimiento feminista cree que debe combatir instituciones de la vida social con la esperanza de remover, por este medio, ciertas limitaciones que la naturaleza ha impuesto al destino humano, entonces ya es un hijo espiritual del socialismo. Porque es característica propia del socialismo buscar en las instituciones sociales las raíces de las condiciones dadas por la naturaleza, y por tanto sustraídas de la acción del hombre, y pretender, al reformarlas, reformar la naturaleza misma” (de Von Mises, Ludwig en Socialismo, Análisis Económico y sociológico, 107-108)
Dijiste que la “cuestión trans” es hoy la nueva trinchera de política anti-género, ¿por qué es así?
Se observa una mutación en las ofensivas antigénero desde su erupción como política abierta al derredor de 2013. En ese primer momento, en Europa y América Latina esa ofensiva se ha hecho a partir de ataques al matrimonio igualitario, a la educación en género y sexualidad, derechos LGBTTI de una manera amplia y también los estudios de género. En aquel momento los derechos trans no habían tenido mayor visibilidad. Hoy, en varios contextos los derechos trans están decididamente en el ojo de huracán, eso pasa en EEUU, Reino Unido, España, Canadá, Australia, Rusia, pero también en Brasil, habiendo señales fuertes de que lo mismo pueda pasar en Chile y en Colombia.
Aun cuando eso sea así, persiste en muchos cuadrantes la percepción de que la furiosa investida anti-trans de los días actuales sería como una derivación tardía” (y “menos importante”) del repudio de los ultra-conservadurismos, especialmente religiososo, a la igualdad de género (en su sentido binario) y al derecho al aborto. Hay incluso quienes interpretan esa furia como “diversionismo” eventualmente provocado por los “excesos del movimiento trans”. Esa percepción debe ser radicalmente contestada. La fantasmagoría gestada en el Vaticano en los años 1990, tuvo desde siempre en su mira la teoría de género, de modo de bloquear, doctrinal y políticamente, la plasticidad de sexo-género que el concepto anuncia. O, en los términos de la Carta a los Obispos sobre el lugar del Hombre y de la Mujer en el Mundo y en la Iglesia de 2004, repudiar la “polimorfia sexual”. Además, como muestra Mary Anne Case en sus exegesis de lucubraciones anteriores, desde los años 1980, el cardenal Ratzinger, ha manifestado grandes preocupaciones con las teorías feministas de la sexualidad –por que amenazaban la nueva antropología teológica de la complementariedad de los sexos– pero también con la posibilidad del reconocimiento legal de la reasignación de sexo/género otorgada por una decisión de la Corte Constitucional Alemana al final de los años 1970. O sea, la repulsa a la transgeneridad estuvo desde siempre inscrita en los marcos de la ideología anti-género.
Y de allí su alianza con las ultraderechas…
Si. Es importante mencionar también que en la mayoría de los contextos nacionales mencionados arriba corrientes feministas trans excluyentes son híperactivas en el ecosistema que hoy moviliza el extremismo anti-trans. En algunos países, especialmente Reino Unido y España, pero también México, esas corrientes tienen, de un lado, fuertes anclas académicas y en el ámbito político institucional. Pero de otro también están en diálogos y colaboración con la ultraderecha. En España, Lydia Falcón estuvo en un debate contra la Ley Trans con un representante de Vox. En EUA, WOLF ha establecido un partnership con la Heritage Foundation y hay señales de lo mismo en Brasil. Además, la acción de esas corrientes es hoy transnacionalmente articulada. En 2019, fue lanzado, en 16 lenguas, un manifiesto por los derechos de las mujeres con base en sexo que está en el origen de la red Women Declaration International (WDI) que tiene decenas de capítulos nacionales, incluso en América Latina. Aún más preocupante, ese amalgama de fuerzas cuenta hoy con una aliada en el Sistema de Naciones Unidas, pues la Relatora para Violencia contra las Mujeres, Reem Alsalem, desde 2020 se ha opuesto inúmeras veces al derecho de auto-determinación de la identidad de género y hace poco ha publicado un informe temático sobre violencia contra las mujeres en el mundo del sport en que repudia de forma vehemente la participación de mujeres trans en las categorías femeninas. Desde entonces Alsalem ha tenido el apoyo explícito de actores institucionales nodales de la ultra-derecha religiosa como Alliance Defendimg Freedom y Focus on the Family. Contra ese trasfondo no es casual que ataques virulentos contra derechos trans hayan proliferado en las recientes elecciones municipales brasileñas que han, lamentablemente, demostrado que ultraderecha está consolidada en el tejido social. El tal contexto, un candidato del partido de Bolsonaro que propagó mensajes transfóbicos muy virulentos fue el más votado en São Paulo.
¿Qué diferencias subrayarías entre Bolsonaro y Milei?
Antes de todo son generaciones y biografías muy distintas. Bolsonaro tiene casi 70 años y viene de una familia católica de origen italiano. Su catolicismo no era riguroso pero su tercera esposa es evangélica practicante y fundamentalista y su formación es conservadora. En un momento crucial del giro hacia a la derecha, en seguida al impeachment de Dilma, él fue a Israel a bautizarse como evangélico, volviendo como una especie de encarnación de las dos grandes religiones cristianas. Milei es mucho mas jovén y son radicalmente distintos sus trayectos formativos, así sus trazos “religiosos- espirituales” . Además, antes de la campaña de 2018, Bolsonaro no era un defensor del ultra-neoliberalismo, pues ha sido formado en el contexto de la dictadura con su modelo de estado fuerte, incluso en el control de la economía. Nunca tuvo la furia antiestado de Milei.
Marcadas esas diferencias para retomar ideas anteriores, es fundamental reconocer que las fuerzas del ultra conservadurismo religioso – sean los ultra-católicos sean los evangélicos fundamentalistas – son también parte intrínseca del ecosistema que llevó Milei al poder y lo sostiene políticamente. Rescatando mi breve incursión sobre el giro económico del neo-integrismo no es nada casual que la ministra de Capital Humano responsable por el recorte radical de las políticas de protección social venga exactamente del campo de la Opus Dei. No menos importante, Bolsonaro y Milei comparten un masculinismo flameante, ilustrado por el premio I,I,I, otorgado a Milei en Camboriú. Pero también son movidos por una pulsión predatoria que, en caso de Bolsonaro, termina por extenderse al económico como se pudo ver en la manera que su gobierno manejó la Amazonia y el medio ambiente de manera más general. La metáfora de eso fue la frase de su ministro de medio ambiente de que “habría que abrir del todo las tranqueras para pasar los bueyes”. Sospecho que ese trazo común sea más profundamente colonial que reflejo de una posición estrictamente neoliberal o libertaria.